-Acuérdate de cuando éramos niños, de cuando jugábamos al fútbol- me
dice mientras pasa la bayeta por las mesas. Es una noche intrascendente en la
Cantinilla. Hace frío afuera; es una noche de esas de puro invierno seco. No se
ve a nadie por la calle y en el bar ya solo quedamos el Cantinero, que va
recogiendo por aquí y por allá, y yo.
-Acuérdate de aquellos campos, con porterías hechas de sudaderas del
chándal… O pintadas con tiza o ladrillo en cualquier pared… Esos partidos en
los descampados… en los patios delanteros de los edificios nacidos con el boom de
los 60 y 70… Aquellas canchas en la escuela, de baldosas o cemento rugoso si
había suerte... En esos campos, donde no había más ley que la de la botella, en
partidos entre chicos del barrio elegidos a dedos, o de barrios contra barrios,
colegios contra colegios, pueblos contra pueblos… Partidos en los que hordas de
niños nos disputábamos la pelota como si nos fuese la vida en ello.
-No había mañana. No existía.- Le contesto. El Cantinero para de
recoger un momento y me mira. Es como si él no hubiese sido consciente de que
estaba allí hasta ese momento. O más bien como si no se esperase que fuese yo
el que estaba ahí, como si todo este rato le hubiese estado hablando a otra
persona. Prosigue colocando sillas y taburetes. En silencio.
-¡Ahí! –continúa al rato, ya tras la barra- ¡Ahí fue cuando escribimos las páginas más brillantes de nuestra
carrera futbolística! ¡Ahí fue donde metiste aquel gol de chilena aquella tarde
en aquel descampado…! ¡Ahí fue cuando te calzaste 5 goles en un partido contra
un rival directo de la liga local…! ¡Ahí cuando con un escorzo imposible dejaste
sentados a dos tipos y te fuiste derechito a la portería, aunque el cabrón del
Cani falló tu pase medido...! ¡Ahí jugaste de delantero un partido bajo la
nieve contra los chicos de un barrio que hasta daba miedo pronunciar su nombre,
zafándote con los defensas, escuchando todo tipo de insultos, disputando cada
balón…!
Yo me pongo a recordar aquél
campo de tierra del colegio, no muy grande, donde con 12 o 13 años metí un gol
desde el centro del campo. Recuerdo perfectamente la situación, el portero,
allá a lo lejos (o al menos a esa edad me lo parecía), adelantado, y yo sin
pensármelo dándole a la pelota con todas mis fuerzas. Recuerdo ver el balón
yendo como a cámara lenta, salvando al portero y entrando por mitad de la
portería… ¡Con qué satisfacción dormí ese día!
-Yo una vez metí un gol desde el centro del campo- le digo,
satisfecho, al Cantinero – puede que sea
el gol más bonito de mi vida…
-El mío fue de remate de cabeza en plancha, en un partido de fútbol sala.
¡Yo, que siempre he tenido miedo de dar con la cabeza al balón…! Ese día me
llegaba de un córner a media altura. Yo estaba casi fuera del área. Vi llegar
la pelota y me vi a mí mismo lanzándome de cabeza hacia ella, rematándola bien
para mi sorpresa, y entrando limpiamente junto al palo izquierdo del portero.
Siempre me acordaré de ese gol… Jugábamos contra los chicos que venían a
nuestro cole los fines de semana, a echar unos partidos con los que estábamos
allí… Aún me acuerdo de alguno de ellos, pero no logro recordar quién era el
portero ese día... ¡Qué habrá sido de aquella gente, de aquel portero!
Apuro la cerveza pero aún me
estoy un rato ahí, sentado. El Cantinero comienza a contar las monedas de la
caja. Le hago un ademán y sale a abrirme fuera. Quita el candado, recorre la
verja y mientras ya camino calle abajo, prosigue.
-Imagínate esos goles grabados en HD, desde cien puntos de vista.
Retransmitidos como los partidos de ahora con todo lujo de detalles. Haciéndote
un seguimiento mientras te zafabas de los defensas. Pudiendo ver la expresión
de tu rostro mientras rematabas aquel balón, o tu cara de incredulidad cuando
entraba… Me imagino mi plancha en el aire, grabada con una cámara súper lenta,
mi giro de cabeza perfecto, el esfuerzo del portero viendo que no llegaba por
poco, el balón entrando casi rozando el palo, mi cara de alegría al ver que marcaba,
el abrazo del equipo…
Ha ido levantando la voz mientras
me iba. A punto de torcer la esquina me despido de él levantando el brazo. Oigo
la verja echarse otra vez. Después, sólo mis pasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario